
(...) Puedo entender que se casara con ella solo por lucirla. No era cariñoso. Se burlaba de ella y la mangoneaba, pero quizá simplemente no supiera mostrar lo que sentía.
Maria adoraba a Rex. Cedía en todo, apenas abría la boca cuando él estaba cerca, aunque con nosotros bromeaba y hablaba sin parar. Cada noche lo acompañaba al estudio.
-No puedo decir una palabra, pero me deja mirar. ¡Es tan magnífico verlo trabajar!
Pequeñas cosas. Una mañana de invierno fui a pedirle un poco de café y ella estaba planchándole los calzoncillos para dárselos calientes cuando saliera de la ducha. En serio.
(...)
Recuerdo una escena que vi una noche cuando Rex llegó a casa. Maria le presentó con orgullo una fuente a base de hamburguesas y Fritos, y él se la volcó encima entera. Ardiendo. "¿Cómo puedes ser tan zafia?" Aprendió, sin embargo. (...)
Cada día limpiaba la jaula de los pájaros. Las hojas de The New Yorker encajaban al pelo. Deliberaba durante horas qué fotografía poner. ¡No, Rex odia esos anuncios de cristal Steuben! Ella odiaba los pájaros y me pedía que les cortara las uñas, o que sacara los platitos para lavarlos.
Fragmentos del cuento "Lead Street. Alburquerque".
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