martes, 31 de diciembre de 2019

TSUNAMI: MIRADAS FEMINISTAS

Obra de 2019, en la que se recopilan una serie de reflexiones o experiencias propias vividas por distintas mujeres. 



NOS ESTAMOS PENSANDO

Las mujeres nos estamos pensando. También las viejas y las niñas que no pueden quedarse embarazadas ni responden al estereotipo traumático de mujer deseable y supuestamente plena. Nos pensamos todas, de un modo intergeneracional. Nos miramos de frente y no con el rabillo del ojo. Fuera rabillos. Fuera desconfianzas. (…) Escarbamos dentro del ombligo porque ese ombligo se une a otros a través de un cordón que configura una genealogía. De manos, pies y cuerpos castigados por el trabajo, el dominio, el silencio, la interpretación asfixiante de una idea del amor-lápida. Y de otros monolitos.



PENSAMIENTO

Ese pensamiento que surge desde la conciencia de nuestras desventajas de género, podría ser un trampolín –festiva metáfora del agua- para achicar y hasta suturar otras brechas en la frente y más heridas: la desigualdad de clase, raza, procedencia, salud, opción sexual… Entonces el trampolín se convierte en aguja de bordado y oímos cómo la punta metálica entra y sale de la tela. La rompe y la repara al mismo tiempo. Portentoso.



BUSCAMOS

Buscamos un feminismo integrador con el que se puedan sentir identificadas y solidarias todas las mujeres y no solo las que se preocupan por los techos de cristal. (…) Otras –las kellys, las madres pobres en hogares monoparentales que dan a sus hijos leche aguada, las cuidadoras explotadas dentro y fuera de sus hogares- son envenenadas poco a poco con pastillas blancas que, al reducir la ansiedad, opacan el síntoma, el gusano, la rabia. Muchas mujeres siguen gritando de desesperación. Otras tenemos la boca seca por los efectos secundarios del lorazepam.



MARTA SANZ: Prólogo afónica.







Hasta hace poco (los hombres) tampoco sabían que sentimos miedo cuando caminamos solas por la noche, que somos lo suficientemente ingenuas como para llevar las llaves de casa entre dos dedos de una mano, tener un spray antivioladores en el bolso o como para hacer ver que vamos hablando por el móvil sea la hora que sea. Ahora algunos deciden cambiarse de acera si van andando detrás de una mujer por una calle vacía, pero es una práctica nueva porque hasta hace dos días la mayoría no sabía que pasamos miedo por el hecho de ser mujeres. (…) Un miedo que ellos no han sentido ni sienten. ¿Alguien imagina que un hombre pudiera sentirse inseguro por el simple hecho de ser hombre? (…)

(…) lo que entendemos con ese “lo habitual” se relaciona directamente con la intimidación, la humillación, la invasión del espacio propio, la coacción, la asunción de una superioridad física y social, la amenaza y el empleo de un tipo de fuerza muy específica, que en mi caso, no fue física sino anímica. También social.

(…)

A la edad que yo tenía por entonces ya se sabe lo que es oír frases “lisonjeras” por la calle, que nos toquen el culo en el metro atestado de la mañana, que algún profesor se tome un interés muy especial por lo que decimos y por lo que llevamos puestos. Ya se sabe lo que es tener que moverse con discreción para una mano “amistosa” deje de estar sobre una de nuestras rodillas. A las mujeres nos pasan esas cosas. A los hombres no.

(…)

Cuando me levanté y me fui (de un acosador, sentada en un banco), me cayó a la espalda una violencia verbal desaforada por parte de un viejo que sentía que se le había escapado la presa (…). De modo que el hombre insultó a la mujer (a mí). La ridiculizó. Y su ira fue mi espanto y mi vergüenza. Ese hombre se quedó en aquel banco para siempre y su comportamiento definió el mío para siempre. Su deseo fue mi asco.

(…) habría quien pensara que “ella se lo ha buscado” por estar ahí sola, por querer leer un lugar donde nadie lee (en una estación de autobuses), por llevar un vestido, por esperar a un chico (su novio). “No exageres”, se nos decía. “Tampoco será para tanto”, se nos decía. Y no ha pasado tantísimo tiempo desde que oíamos estas palabras.

(…)

Una calle vacía por la noche no es la misma calle para un hombre y para una mujer.


PILAR ADÓN: Lo habitual.




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