sábado, 28 de febrero de 2015

CASA DE MUÑECAS


Cartel de Teatro del Norte
Nora es una encantadora esposa y madre. Al inicio de la obra, se prepara para celebrar la Navidad junto a sus hijos y su marido Helmer quien, restablecido de una enfermedad, acaba de ser nombrado director de un banco.

Sin embargo, un episodio del pasado sigue perturbando a Nora: cuando su marido estuvo enfermo y con el fin de curarlo, ella pidió dinero a Krogstad para irse un año a Italia. Falsificó la firma de su padre agonizante Porque una mujer casada no puede tomar dinero a préstamo sin el consentimiento de su marido. Solo le resta un último pago, pero el prestamista la chantajea para que convenza a Helmer de que no lo despida del banco; si no lo consigue, hará público el documento con la firma falsificada.

Cristina, amiga de Nora, y atraída hacia Krogstad, intercede ante él y este, enamorado a su vez de Cristina, quiere recuperar la carta que le ha enviado a Helmer y en la que narraba lo que su mujer había hecho.

Sin embargo, Krogstad no consigue recuperar esa carta y, cuando Helmer la lee, acusa  a Nora en los peores términos y le prohíbe educar a sus hijos:

en cuanto a nosotros, como si nada hubiese cambiado. Por supuesto, hablo sólo de las apariencias, y, por consiguiente, seguirás viviendo aquí, lógicamente; pero te está prohibido educar a los niños..., no me atrevo a confiártelos.

Después de este diálogo, llega una carta de Krogstad en la que indica que todo queda perdonado y olvidado. Helmer cambia de actitud:

¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie puede inferirte el menor daño. ¡Ah! Nora, Nora.... no, destruyamos ante todo estas abominaciones. (…) supondré que he tenido una pesadilla, y se acabó.

(…)

¿Qué significa esa seriedad? ¡Oh! Pobrecilla Nora, ya comprendo... No aciertas a creer que te perdono. Pues créelo, Nora, te lo juro; estás completamente perdonada. Sé bien que todo lo hiciste por amor a mí

NORA: Es verdad.

HELMER: Me has amado como una buena esposa debe amar a su marido; pero flaqueabas en la elección de los medios. ¿Crees tú que yo te quiero menos porque no puedas guiarte a ti misma? No, no, confía en mí: no te faltará ayuda y dirección. No sería yo hombre si tu capacidad de mujer no te hiciera doblemente seductora a mis ojos. Olvida los reproches que te dirigí en los primeros momentos de terror, cuando creía que todo iba a desplomarse sobre mí. Te he perdonado, Nora, te juro que te he perdonado.

NORA: ¡Gracias por el perdón! (Se va por la puerta de la derecha).

Decepcionada, Nora decide irse de la casa para empezar una vida diferente:

NORA: ¡Este es precisamente el caso! Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero, y tú después.
HELMER: ¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero ¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?

NORA: (Moviendo la cabeza): Jamás me amaron. Les parecía agradable adorarme, ni más ni menos.

(…)

Cuando estaba al lado de papá, él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las ocultaba; porque no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo con mis muñecas. Después vine a tu casa.

(…)

Quiero decir que de manos de papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro. Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres.... al día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo (Helmer). Eso entraba en tus fines. Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo no sirva para nada.

(…)

Nuestra casa sólo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos.

Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.

HELMER: Hay algo de cierto en lo que dices.... aunque exageras mucho. Pero, en lo sucesivo, cambiará todo. Ha pasado el tiempo de recreo; ahora viene el de la educación.

NORA: ¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?

HELMER: La tuya y la de los niños, querida Nora.

NORA: ¡Ay! Torvaldo. No eres capaz de educarme, de hacer de mí la verdadera esposa que necesitas.

(…)

Y en cuanto a mí.... ¿qué preparación tengo para educar a los niños?

(…)

¿No lo has dicho tú hace poco?... ¿No has dicho que es una tarea que no te atreves a confiarme?

(…)

Lo dijiste bien claramente, Es una tarea superior a mis fuerzas. Hay otra que debo atender desde luego, y quiero pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola. Por eso voy a dejarte.

(…)

Necesito estar sola para estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu lado.

HELMER: ¡Has perdido el juicio! No tienes derecho a marcharte. Te lo prohíbo.

NORA: Tú no puedes prohibirme nada de aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni nunca.

(…)

Mañana salgo para mi país... Allí podré vivir mejor.

HELMER: ¡Qué ciega estás, pobre criatura sin experiencia!

NORA: Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.

HELMER: ¡Abandonar tu hogar, tu esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?

NORA: No puedo pensar en esas pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.

HELMER: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo que traicionarás los deberes más sagrados?

NORA: ¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados?

HELMER: ¿Necesitas que te lo diga? ¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?

NORA: Tengo otros no menos sagrados. (…) Mis deberes para conmigo misma.

HELMER: Antes que nada, eres esposa y madre.

NORA: No creo ya en eso. Ante todo soy un ser humano con los mismos títulos que tú..., o, por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros.

Necesito formarme mi idea respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.

HELMER: ¡Qué! ¿No comprendes cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No tienes la religión?

NORA: ¡Ay! Torvaldo. No sé exactamente qué es la religión. (…) Cuando esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto de mí.

HELMER: ¡Oh! ¡Es inaudito en una mujer tan joven! Pero si no puede guiarte la religión, déjame al menos sondear tu conciencia. Porque ¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que tampoco tienes eso? Responde.

NORA: ¿Qué quieres, Torvaldo? Me es difícil contestarte. Lo ignoro.

No veo claro nada de eso. No sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo! ¡Eso no es posible!

HELMER: Hablas como una chiquilla. No comprendes nada de la sociedad de que formas parte.

NORA: No, no comprendo nada; pero quiero comprenderlo y averiguar de parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.

(…)

NORA: Durante ocho años (de matrimonio) he esperado con paciencia, (…). Llegó al fin el momento de angustia, y me dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre, sino que, por lo contrario, le dirías: “Dígaselo a todo el mundo”.

Y cuando eso hubiera ocurrido...

HELMER: ¡Ah, sí!... ¿Cuando yo hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio ...?

NORA: Cuando eso hubiera ocurrido, yo estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: “Yo soy culpable”.

(…)

¡Pues bien!, ése era el prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.

HELMER: Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.

NORA: Lo han hecho millares de mujeres.

HELMER: ¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.

NORA: Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. (…) y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con él..
¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.

(…)

Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.

HELMER: Yo puedo transformarme.

NORA: Quizá..., si te quitan tu muñeca.

(…)

HELMER: Pero sea como sea, eres mi esposa.

NORA: Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.

(…)

HELMER: (Puedo) ayudarte, si lo necesitas.

NORA: ¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.

(…)

 ¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).

Cristina Lorenzo en el papel de Nora
En la época en la que Ibsen escribió esta obra, 1879, era impensable que una mujer tomara la actitud de Nora. Con los años, el “noraísmo” se convirtió en bandera de lucha de los incipientes movimientos feministas de principios de este siglo.

Nora cuestiona el papel de la mujer domesticada dentro del matrimonio, pero también se reivindica como persona queriendo encontrar su propia vida, después de ser un simple elemento decorativo en el hogar. Para su marido, era una ardillita, una alondra o un pajarillo azorado -que trina, pero no habla-, una mujer hermosa que baila maravillosamente, que es divertida, una locuela irresponsable... Nora ni siquiera podía decidir las golosinas que puede o no comer.

Nora vivía en una “casa de muñecas”, en la que jugaban con ella. Con el paso del tiempo, se ha convertido en un personaje fundamental del teatro universal, y en un modelo de mujer que intenta encontrarse a sí misma y el tipo de vida que quiere llevar.

Elena Vázquez Martínez,
profesora de Lengua castellana y Literatura.

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