Cartel de Teatro del Norte |
Nora es una
encantadora esposa y madre. Al inicio de la obra, se prepara para celebrar la
Navidad junto a sus hijos y su marido Helmer quien, restablecido de una
enfermedad, acaba de ser nombrado director de un banco.
Sin embargo,
un episodio del pasado sigue perturbando a Nora: cuando su marido estuvo
enfermo y con el fin de curarlo, ella pidió dinero a Krogstad para irse un año
a Italia. Falsificó la firma de su padre agonizante Porque una mujer casada no puede tomar dinero a préstamo sin
el consentimiento de su marido. Solo le resta un último pago, pero el prestamista la
chantajea para que convenza a Helmer de que no lo despida del banco; si no lo
consigue, hará público el documento con la firma falsificada.
Cristina,
amiga de Nora, y atraída hacia Krogstad, intercede ante él y este, enamorado a
su vez de Cristina, quiere recuperar la carta que le ha enviado a Helmer y en
la que narraba lo que su mujer había hecho.
Sin embargo,
Krogstad no consigue recuperar esa carta y, cuando Helmer la lee, acusa a Nora en los peores términos y le prohíbe
educar a sus hijos:
en cuanto a nosotros, como si
nada hubiese cambiado. Por supuesto, hablo sólo de las apariencias, y, por consiguiente,
seguirás viviendo aquí, lógicamente; pero te está prohibido educar a los
niños..., no me atrevo a confiártelos.
Después de este diálogo, llega una carta de Krogstad en
la que indica que todo queda perdonado y olvidado. Helmer cambia de actitud:
¡Estamos
salvados, Nora! Ya nadie puede inferirte el menor daño. ¡Ah! Nora, Nora.... no,
destruyamos ante todo estas abominaciones. (…) supondré
que he tenido una pesadilla, y se acabó.
(…)
¿Qué
significa esa seriedad? ¡Oh! Pobrecilla Nora, ya comprendo... No aciertas a
creer que te perdono. Pues créelo, Nora, te lo juro; estás completamente
perdonada. Sé bien que todo lo hiciste por amor a mí
NORA:
Es verdad.
HELMER:
Me has amado como una buena esposa debe amar a su marido; pero flaqueabas en la
elección de los medios. ¿Crees tú que yo te quiero menos porque no puedas
guiarte a ti misma? No, no, confía en mí: no te faltará ayuda y dirección. No
sería yo hombre si tu capacidad de mujer no te hiciera doblemente seductora a
mis ojos. Olvida los reproches que te dirigí en los primeros momentos de terror,
cuando creía que todo iba a desplomarse sobre mí. Te he perdonado, Nora, te
juro que te he perdonado.
NORA:
¡Gracias por el perdón! (Se
va por la puerta de la derecha).
Decepcionada,
Nora decide irse de la casa para empezar una vida diferente:
NORA: ¡Este es precisamente el caso!
Tú no me has comprendido nunca... Han sido muy injustos conmigo, papá primero,
y tú después.
HELMER: ¿Qué? ¡Nosotros dos!... Pero
¿hay alguien que te haya amado más que nosotros?
NORA: (Moviendo la cabeza): Jamás me amaron. Les parecía agradable adorarme,
ni más ni menos.
(…)
Cuando estaba al lado de papá,
él me exponía sus ideas, y yo las seguía. Si tenía otras distintas, las
ocultaba; porque no le hubiera gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba
conmigo como yo con mis muñecas. Después vine a tu casa.
(…)
Quiero decir que de manos de
papá pasé a las tuyas. Tú lo arreglaste todo a tu gusto, y yo participaba de tu
gusto, o lo daba a entender; no puedo asegurarlo, quizá lo uno y lo otro.
Ahora, mirando hacia atrás, me parece que he vivido aquí como los pobres.... al
día. He vivido de las piruetas que hacía para recrearte, Torvaldo (Helmer). Eso entraba en tus fines.
Tú y papá han sido muy culpables conmigo, y ustedes tienen la culpa de que yo
no sirva para nada.
(…)
Nuestra casa sólo era un salón de recreo. He
sido una muñeca grande en tu casa,
como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía
gracia verte jugar conmigo, como a
los niños les divertía verme jugar con ellos.
Esto es lo que ha sido nuestra
unión, Torvaldo.
HELMER: Hay algo de cierto en lo que
dices.... aunque exageras mucho. Pero, en lo sucesivo, cambiará todo. Ha pasado
el tiempo de recreo; ahora viene el de la educación.
NORA: ¿La educación de quién? ¿La mía
o la de los niños?
HELMER: La tuya y la de los niños,
querida Nora.
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No eres capaz de
educarme, de hacer de mí la verdadera esposa que necesitas.
(…)
Y en
cuanto a mí.... ¿qué preparación tengo para educar a los niños?
(…)
¿No lo has dicho tú hace poco?...
¿No has dicho que es una tarea que no te atreves a confiarme?
(…)
Lo dijiste bien claramente, Es
una tarea superior a mis fuerzas. Hay otra que debo atender desde luego, y quiero
pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de
facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola. Por eso voy a
dejarte.
(…)
Necesito estar sola para
estudiarme a mí misma y a cuanto me rodea; así es que no puedo permanecer a tu
lado.
HELMER: ¡Has perdido el juicio! No
tienes derecho a marcharte. Te lo prohíbo.
NORA: Tú no puedes prohibirme nada de
aquí en adelante. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero recibir nada ahora ni
nunca.
(…)
Mañana salgo para mi país...
Allí podré vivir mejor.
HELMER: ¡Qué ciega estás, pobre
criatura sin experiencia!
NORA: Ya procuraré adquirir
experiencia, Torvaldo.
HELMER: ¡Abandonar tu hogar, tu
esposo, tus hijos!... ¿No piensas en lo que se dirá?
NORA: No puedo pensar en esas
pequeñeces. Sólo sé que para mí es indispensable.
HELMER: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De modo
que traicionarás los deberes más sagrados?
NORA: ¿A qué llamas tú mis deberes
más sagrados?
HELMER: ¿Necesitas que te lo diga?
¿No son tus deberes para con tu marido y tus hijos?
NORA: Tengo otros no menos sagrados.
(…) Mis deberes para conmigo misma.
HELMER: Antes que nada, eres esposa y
madre.
NORA: No creo ya en eso. Ante todo
soy un ser humano con los mismos títulos que tú..., o, por lo menos, debo
tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, Torvaldo,
y que esas ideas están impresas en los libros; pero ahora no puedo pensar en lo
que dicen los hombres y en lo que se imprime en los libros.
Necesito formarme mi idea
respecto de esto y procurar darme cuenta de todo.
HELMER: ¡Qué! ¿No comprendes cuál es
tu puesto en el hogar? ¿No tienes un guía infalible en estas cuestiones? ¿No
tienes la religión?
NORA: ¡Ay! Torvaldo. No sé
exactamente qué es la religión. (…) Cuando
esté sola y libre, examinaré esa cuestión como una de tantas, y veré si el
pastor decía la verdad, o, por lo menos, si lo que me dijo era verdad respecto
de mí.
HELMER: ¡Oh! ¡Es inaudito en una
mujer tan joven! Pero si no puede guiarte la religión, déjame al menos sondear
tu conciencia. Porque ¿supongo que tendrás al menos sentido moral? ¿O es que
tampoco tienes eso? Responde.
NORA: ¿Qué quieres, Torvaldo? Me es
difícil contestarte. Lo ignoro.
No veo claro nada de eso. No
sé más que una cosa y es que mis ideas son completamente distintas de las
tuyas; que las leyes no son las que yo creía, y, en cuanto a que esas leyes
sean justas, no me cabe en la cabeza. ¡No tener derecho una mujer a evitar una
preocupación a su padre anciano y moribundo, ni a salvar la vida a su esposo!
¡Eso no es posible!
HELMER: Hablas como una chiquilla. No
comprendes nada de la sociedad de que formas parte.
NORA: No, no comprendo nada; pero
quiero comprenderlo y averiguar de
parte de quién está la razón: si de la sociedad o de mí.
(…)
NORA: Durante ocho años (de
matrimonio) he esperado con paciencia, (…). Llegó al fin el momento de angustia, y me
dije con certidumbre: ahora va a realizarse el prodigio. Mientras la carta de
Krogstad estuvo en el buzón, no creí ni por un momento que pudieras doblegarte
a las exigencias de ese hombre, sino que, por lo contrario, le dirías:
“Dígaselo a todo el mundo”.
Y cuando eso hubiera
ocurrido...
HELMER: ¡Ah, sí!... ¿Cuando yo
hubiera entregado a mi esposa a la vergüenza y al menosprecio ...?
NORA: Cuando eso hubiera ocurrido, yo
estaba completamente segura de que responderías a todo diciendo: “Yo soy
culpable”.
(…)
¡Pues bien!, ése era el
prodigio que esperaba con terror, y, para evitarlo, iba a morir.
HELMER: Nora, con placer hubiese
trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y
de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.
NORA: Lo han hecho millares de
mujeres.
HELMER: ¡Eh! Piensas como una niña, y
hablas del mismo modo.
NORA: Es posible, pero tú no piensas
ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. (…) y vuelvo a ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto
a llevar en brazos como antes, y con más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose). Escucha, Torvaldo: en aquel momento me pareció que había
vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había tenido tres hijos con
él..
¡Ah! ¡No quiero pensarlo
siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí misma en mil pedazos.
(…)
Como yo soy ahora, no puedo
ser tu esposa.
HELMER: Yo puedo transformarme.
NORA: Quizá..., si te quitan tu
muñeca.
(…)
HELMER: Pero sea como sea, eres mi
esposa.
NORA: Cuando una mujer abandona el
domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen, eximen al
marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo,
porque no es justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad
por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Devuélveme el mío.
(…)
HELMER: (Puedo) ayudarte, si lo
necesitas.
NORA: ¡No! No puedo aceptar nada de
un extraño.
(…)
¡Adiós! (Se oye cerrar la puerta de la casa).
Cristina Lorenzo en el papel de Nora |
En la época en
la que Ibsen escribió esta obra, 1879, era impensable que una mujer tomara la
actitud de Nora. Con los años, el “noraísmo” se convirtió en bandera de lucha
de los incipientes movimientos feministas de principios de este siglo.
Nora
cuestiona el papel de la mujer domesticada dentro del matrimonio, pero también
se reivindica como persona queriendo encontrar su propia vida, después de ser
un simple elemento decorativo en el hogar. Para su marido, era una ardillita, una alondra o un pajarillo
azorado -que trina, pero no habla-, una mujer hermosa que baila
maravillosamente, que es divertida, una locuela
irresponsable... Nora ni siquiera podía decidir las golosinas que puede o no
comer.
Nora vivía
en una “casa de muñecas”, en la que jugaban con ella. Con el paso del tiempo,
se ha convertido en un personaje fundamental del teatro universal, y en un
modelo de mujer que intenta encontrarse a sí misma y el tipo de vida que quiere
llevar.
Elena Vázquez Martínez,
profesora de Lengua castellana y Literatura.
muy bueno
ResponderEliminarMi hija se llama Nora por este personaje.
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