lunes, 4 de noviembre de 2019

ALAN SILLITOE: EL PARTIDO


Cuando un hombre tiene que salir a trabajar durante la semana, lo mínimo es que le pongan un poco de té –dijo él mirándola con rabia. Señaló al niño con la cabeza-: Manda a ese a comprar empanadas.
El niño se levantó.
-No vayas. Siéntate –le dijo ella-. Ve tú mismo –le replicó a su marido-. El té que te he puesto en la mesa es lo suficientemente bueno para cualquiera. No tiene nada de malo, y tú sigues dale que dale. Supongo que habréis perdido el partido, porque no se me ocurre otro motivo para que tengas esa cara tan larga.
A Lennox le impactó que mantuvieran tanto rato su diatriba, así que se levantó para contenerla.
-¿Cómo dices? –gritó-. ¿Qué te crees que estás diciendo?
La cara de ella se puso de un rosa subido.
-Ya lo has oído –gritó ella como respuesta-. Unas cuantas verdades caseras igual te vienen bien.
Él recogió el plato de pescado y, con exagerada parsimonia, lo tiró al suelo.
-Aquí tienes –rugió-. Esto es lo que puedes hacer con tu maldita cena.
-Estás chiflado –gritó ella-. Está de loquero.
Él le pegó una, dos y tres veces en la cabeza, hasta tirarla al suelo. El niño más pequeño se puso a llorar y su hermana vino corriendo desde el vestíbulo…
Fred y su joven esposa, en la casa contigua, estaban muy entretenidos escuchando el escándalo a través de las finas paredes. Les llegó la cadencia de voces y el movimiento de las sillas, pero no pensaron que hubiera realmente un problema hasta que se alcanzó el punto culminante de los chillidos.

(…)

(…) El ruido de la casa vecina se había calmado. Tras una serie de portazos y mucho andar de aquí para allá, la mujer de Lennox se había llevado a los niños y había abandonado a su marido para siempre.

ALAN SILLITOE: El partido,  
en La soledad del corredor de fondo. 
 Impedimenta.

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