martes, 10 de enero de 2017

MAMÁ, QUIERO SER FEMINISTA

Fragmentos de la obra Mamá, quiero ser feminista, de Carmen G. de la Cueva.



El septiembre de mis quince años yo era la novia de G. y, como novia, empecé a frecuentar más a su grupo de amigos que al mío. Una madrugada de feria estaba yo aburrida en el botellón cuando se me acercaron un para de amigos de G., para charlar y distraerme (...) comencé a relajarme y a disfrutar de su compañía. Cuando G. se dio cuenta de que estaba hablando con ellos, vino hacia mí, nos interrumpió y me pidió que fuéramos a dar una vuelta. Me llevó a un callejón, en su silencio, en la manera de agarrarme por la muñeca, percibí una violencia contenida. Cuando estábamos lo suficientemente lejos del resto de la gente para que no nos oyeran me espetó: "Eres una puta." Y después (...) me llamó también calientabraguetas y "zorra". (...) Aunque al principio no entendí cuál era mi culpa, acabé pidiéndole perdón y llorando porque no quería hacerle daño, porque yo era suya y de nadie más que él. (...) Como no podía dormirme, me puse a repasar las veces que los comentarios de G. me habían parecido extraños o fuera de lugar pero no les había dado importancia. "Ese vestido es demasiado ajustado", "No te pintes tanto los ojos", "Me gustas más con el pelo suelto, no te lo recojas."
     Una tarde que estrené un vestido con un escote generoso, él se molestó tanto que tuvimos que ir a mi casa a ponerme un imperdible en la abertura para que no se me vieran tanto los pechos. "Mejor que solo los vea yo", me dijo. El lunes siguiente por la mañana lo primero que hice fue ira a la casa de mi mejor amiga a contárselo. A ella nunca le había gustado G. y me lo había dicho, pero yo pensaba que estaba celosa porque ella no tenía novio y yo sí. (...) Al final me dejó él a través de un mensaje. Sentí alivio, pero también culpa. Seguía enamorada de él y lo había estropeado todo. Seguramente él tenía razón, me gustaba tontear con chicos, con todos lo chicos, me gustaba jugar a seducirlos. (...) Estaba tan lejos de mí misma, me sentía tan confundida y utilizada, que tampoco era capaz de romper con ese vínculo dañino definitivamente.

____________________


Algo tan sencillo como una fiesta Erasmus (...) acabó mal. (...) No sé cómo pude borrar lo que le pasó a una buena amiga de aquellos días en Alemania y poco a poco se me fue llenado el pecho de una sensación tan familiar como desagradable: la culpa. (...) Teníamos veinte años y ni siquiera éramos capaces de nombar la palabra. (...) No sé cómo llegó a mis manos un libro que me salvó y me ayudó a coprender que lo que sufrió mi amiga fue una violación y que esa es una de las palabras que más miedo dan y menos se pronuncian. El libro era Teoría King Kong, de Virgine Despentes (...) y en él su autora describe cómo fue asaltada sexualmente y reflexiona sobre la ausencia de relatos sobre violaciones en la literatura. Todos los traumas tienen su literatura, dice Despentes: la prisión, la enfermedad, el duelo, los malos tratos, las drogas, la deportación, pero no la violación. 


Cuando violaron a mi amiga, yo misma intenté olvidar el tema, e hice como si nada hubiera pasado y pensé que la mejor manera de ayudar era procurar que se sintiera como siempre, como si nunca le hubiera pasado lo que le pasó. (...)
     Fue una fiesta como cualquier otra. Nos reuníamos todos los Erasmus que estaban en la ciudad en un edificio de la universidad (...). Acudí acompañada de dos amigas, (...). La fiesta prometía mucho. Estaba abarrotada y coincidimos con un buen número de españoles. (...) Cuando llegamos, los chicos ya estaban borrachos y aquello no me inspiró mucha confianza. Vi que uno de ellos, R., que me caía especialmente mal porque me parecía bastante machista -era el típico chico con gracia que aprovechaba cualquier oportunidad para piropearte, te agarraba por la cintura sin permiso y te quitaba la palabra constantemente porque en realidad no le interesaba lo más mínimo lo que decías-, se acercaba a mi amiga. Ella lo rechazó, tampoco le caía bien, (...); sin embargo, R. no se dio por vencido. Me despisté un rato tonteando con un chico alemán y para mi sorpresa, cuando vi de nuevo a mi amiga, la encontré agarrada a él y era obvio que estaba bastante borracha. (...) quise acercarme a ella para convencerla de que se viniera conmigo, pero me contuve porque siempre soy demasiado protectora (...). Además, seguramente se lo estaba pasando bien y no quería fastidiarle la noche, así que me fui a bailar y cuando volví al cabo de una media hora -serían las tres de la mañana- no la encontré. (...) Una hora después seguía sin haber dado con ella y empecé a preocuparme en serio. Avisé a nuestra otra amiga de la desaparición y entre las dos la llamamos al móvil varias veces, la buscamos de nuevo por todo el local, pero no dimos con ella. Acabamos volviendo a casa sin ella a las cinco de la mañana. (...)
Nada más despertarnos nos lamamos para hablar sobre lo que podía haber su cedido. Quedamos en los ascensores de la planta en la que residía nuestra amiga dispuestas a aporrear la puerta de su piso. No hizo falta, enseguida nos abrió, solo llevaba una camisa a medio abotonar, supuse que estaría desnuda todavía. (...) "No sé qué ha pasado. R. está en mi cama y yo no recuerdo nada. Nada." (...) ella dijo que lo despertaría -eran las dos de la tarde y dormía plácidamente, como si nada hubiera pasado- y le diría que se fuese. Una hora después, las tres estábamos sentadas en el suelo de su piso valorando la situación y ella lloraba. "¿Qué paso? -nos preguntó-. ¿Qué hice? ¿Me visteis irme con él?" Al reconstruir aquella noche imaginamos que R. la acechó hasta que estuvo lo suficientemente borracha para "acompañarla" a su casa. Ella solo recordaba que había llegado a la fiesta, lo había rechazado un par de veces y después se bebió algunas copas. Lo demás había quedado borrado, solo él sabía lo que había hecho. Pensamos que quizá no se habían acostado -la palabra "violación" no salió hasta mucho después- porque percibimos una usencia que creíamos que servía de prueba: no había ningún preservativo usado por ninguna parte; así de inocentes éramos. Pero ella se desperó desnuda, se despertó con un extraño metido en su cama.
     Virgine y su amiga hicieron autoestop, se subieron a un coche con tres chicos. "Nada más cerrar las puertas, ya sabemos que hemos hecho una tontería. Pero en lugar de gritar "Nos bajamos" durante los pocos metros que hubiera sido posible, cada una se dice en su esquina que hay que dejar de ser paranoica y de ver violadores por todas partes -escribe-. "Sus risas de tío, entre ellos, la risa de los más fuertes." Puedo imaginarme a R. conduciéndola poco a poco hasta el piso de ella con bromas inofensivas, sujetándola por la cintura, intentando besarla en el cuello. ¿Es una violación si la chica está borracha? ¿Si lleva minifalda? ¿Si ha estado hablando o bailando contigo? Sí. Mi amiga no se acordaba de nada: ni de haber salido de la fiesta con él, ni de haber cogido las llaves y abierto la puerta de su habirtación, ni de haberse quitado la ropa. Puedo imaginarme a R. llegar triunfante a su piso aquel domingo de resca, pensado que se había "follado a la tía más buena del Erasmus", contando la historia a sus amigos. Y ella guardaría silencio.
     Como no sabíamos qué había pasado y ella no quería tener nada más que ver con él, acabamos buscando un médico. Ante la duda, había que coneguir la píldora del día después como fuera. (...)
Bastaba con responder a una cuantas preguntas para saber que ninguna de nosotras está a salvo, que cualquier mujer puede ser víctima de una violanción. ¿Cuántas veces me ha seguido un hombre por la calle? ¿Cuántas veces un chico que he conocido en una fiesta ha intentado besarme sin mi consentimiento? ¿Cuántas veces me han pellizcado los pechos o el culo mientras bailaba? (...) como dice Despentes, los hombres lo llaman de otro modo, le restan importancia, lo adornan, le dan la vuelta -"Estaba un poco borracha", "Si no gritó ni me pegó, es porque en el fondo quería"- (...)
     R. -un chico normal, (...), un buen estudiante- estaría en su sofá viendo un partido de fútbol, tranquilo, repasando mentalmente su "noche de gloria", (...
     Las tres renegamos durante mucho tiempo de la idea de que una de nosotras hubiera sufrido una violación. Éramos tres superviviente, tres chicas King Kong sin saberlo, nos hicimos inseparables desde ese día, íbamos juntas a todas partes: la facultad, el supermercado, los paseos por la ciudad. Hubo un antes y un después de aquello. Dejamos de ir a fiestas Erasmus y nos mudamos. La primera en irse de la residencia (...) fue ella. Se buscó un piso con otra chica y, de alguna manera, se encerró. Despentes avisa: "la única actitud que se tolera es volver la violencia contra una misma." Empezó a vestirse más tapada, engordó unos kilos y nunca hablaba de lo que pasó. La otra chica y yo también nos fuimos. (...). Mi amiga quedó marcada para siempre, había fracasado. R. seguiría su vida como si nada, quizá volvería a acompañar a alguna otra chica demasiado bebida a su habitación -¿había alguna manera de avisarla?-, pero mi amiga sentía que había cometido un error, empezó a pensar que no podía confiar en ningún hombre. Tardó un tiempo en salir con chicos y nunca más volvió sola a casa después de salir por la noche. Vivíamos bastante cerca y yo siempre la dejaba en su portal antes de seguir hacia mi piso. En mi camino de vuelta, de apenas diez minutos, hablábamos por el móvil por si acaso, para que a mí no pasara lo mismo. (...). Nunca más volvimos a hablar de R. 
(...)
     Mi amiga nunca denunció porque quería dejarlo pasar, olvidarlo. Tampoco denunció porque pensó que la culparían a ella (...). ¿Quién iba a creer que la habían violado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario