miércoles, 4 de enero de 2017

EL INFIERNO

  Me llamo Yasmina y quiero contar mi historia. He sido una mujer maltratada física y psicológicamente.
  Me casé muy joven y fui a vivir lejos de mi familia. Al principio, todo era muy bonito pero, al poco tiempo, fue empeorando. Mi marido me obligaba a vestir de la forma que él quería y, si me negaba, me amenazaba con golpearme o echarme de casa.
  Él podía salir todos los días y, sin embargo, yo tenía que estar en casa limpiando y haciendo la comida para cuando él llegara; y, si no lo hacía, me pegaba e insultaba. Se lo dije a mi familia y me dijeron que él era así, que tenía que aceptarlo.
  Todos los días llegaba borracho y buscaba cualquier pretexto para discutir y, al ver que yo lo ignoraba, me pegaba sin motivo. Decidí callármelo, pues su familia le daría la razón a él y estaría en contra mía; y a mi familia no me atrevía a contárselo.
  No me dejaba tener relación con mi familia y tenía que llamarles a escondidas, y cuando se enteraba, empezaba a golpes conmigo.
  Me daba miedo escuchar el ruido de la puerta cuando se abría porque sabía que era él y que otra vez tenía que aguantar sus golpes e insultos.
  Tenía relaciones sexuales con él porque me obligaba y, si me negaba, me golpeaba y lo hacía igual.
  Maquillaba mis heridas intentando ocultarlas para que la gente no se diera cuenta, ya que me daba miedo y vergüenza.
  Al poco tiempo, me quedé embarazada y tuvimos un niño precioso. Mi marido no soportaba escuchar a su hijo llorar, tanto le molestaba que quería pegarle pero, como yo no le dejaba, todo su enfado lo pagaba conmigo.
  Un día lo amenacé con dejarlo. Me miró y me dijo que, si lo hacía, mataría a nuestro hijo y luego me mataría a mí. Le tenía mucho miedo y sabía que era capaz de hacerlo.
  Mi familia vino a casa a conocer al niño y, cuando se fueron, me pegó tan fuerte que sentí que la vida se iba de mi cuerpo. Pensé que me iba a matar, me dolía todo... Saqué fuerzas de donde pude y me levanté del suelo, grité diciéndole que parara y cogí un cuchillo. Dejó de pegarme, se fue y me dijo que en un rato volvería.
  Cuando llegó, me dijo que le diera una taza de café, como si nada hubiera pasado. Cuando se la di, me pidió que me sentara a su lado, y así lo hice. Me abrazó y me dijo que lo sentía, que me quería, y que la culpa era mía por no hacerle caso y ponerle de mal humor. 
  Más tarde, fuimos a casa de su familia y, delante de todos, me trató muy bien, no parecía el mismo y llegué a pensar que estaba cambiando y que me trataría mejor. Pero no fue así. Seguía pegándome día tras día, insultándome y obligándome a hacer cosas que yo no quería.
  No se me pasaba por la cabeza denunciarlo o contárselo a alguien, ¡le tenía tanto miedo...! Por las noches, no podía dormir. Mi vida junto a él era un infierno y no sabía encontrar la salida.
  Un día, decidí coger a mi hijo e irme, no sabía adónde. Lo que sí sabía era que en cualquier sitio iba a poder ser más feliz que a su lado. No sé de dónde saqué el valor para irme, pero no podía consentir que mi hijo se criara con un padre como él.
  Volví a casa con mis padres y nunca más supe nada de él, ni él de mí. Después de cuatro años de infierno, sentí paz y supe que podría volver a ser feliz con mi hijo y mi familia.

Yasmina Campos Jiménez. 3º de ESO.

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