Yo era la típica chica que pasaba desapercibida en el
instituto, no tenía muchas amiga y el amor no era mi punto fuerte.
Me había pasado el verano con mis padres en la playa, con lo
cual no había visto a mis amigas. El primer día de instituto entré en clase y
me reuní con Sara y Bibi. Al llegar el profesor, nos sentamos en nuestros
sitios: ellas dos, juntas en primera fila; y yo, sola en segunda fila. Cuando
la clase estaba acabando, alguien llamó a la puerta: era un chico nuevo, se
presentó y se sentó a mi lado. Mis amigas decían que tonteaba conmigo, pero yo
pensaba que no era así, ya que era muy guapo y además ningún chico se fijaba en
mí.
Quedábamos todas las tardes para hacer los deberes en mi
casa y a mí me estaba empezando a gustar porque era muy cariñoso y detallista
conmigo. Un día, mientras que nos tomábamos un descanso, me besó.
Desde ese momento, empezamos a tontear y a los quince días
ya éramos novios. Al principio, salíamos todas las tardes con mis amigas, me
hacía regalos... Parecía el chico perfecto, ese con el que toda chica había
soñado.
Pero un día el chico 10 empezó a apartarme de la sociedad:
ya no quedaba con mis amigas, no hablaba casi con mi familia, dejé de lado los
estudios, a la hora del recreo solo estaba con él, llegaba a casa y lo único
que me preocupaba era hablar con mi novio... Me decía a todas horas que me
quería y comenzó a tener celos de todo el mundo.
Un día, en medio de una discusión, me pegó una bofetada. Se
disculpó diciéndome que lo había hecho porque me quería mucho y por ello sentía
tantos celos. A continuación, me dijo que nunca se volvería a repetir. Pero no:
se repitió muchas más veces y siempre tenía la misma disculpa.
Cuando me di cuenta de lo que me estaba pasando, era
demasiado tarde, ya me había apartado de todo mi entorno y sentía que no tenía
a nadie para contarle mis problemas ni para apoyarme. Le dije que necesitaba
dejarlo por un tiempo para poder aclararme. Él me dijo que no le podía hacer
eso que me quería demasiado como para poder separarse de mí. Me hice la dura y
le contesté diciéndole otra vez lo mismo.
Le conté todo lo que me estaba pasando a mis padres, lo
denunciaron y le pusieron una orden de alejamiento. Al día siguiente, mis
amigas se enteraron y me dieron todo su apoyo y además retomé mis estudios.
Esta situación me superaba, pero junto a los míos, todo parecía más fácil.
Me costó varios meses superarlo. Al principio, no me
apetecía salir de casa así que, mis amigas me venían a ver todos las tardes.
También retomé la relación con mi familia y en clase todo volvía a la
normalidad.
Ahora, puedo decir que vuelvo a creer en el amor y además
que estoy enamorada de un chico que de verdad me comprende y me muestra su
cariño día a día.
De todo esto se puede sacar una conclusión: el control y los
celos no significan amor y, si sientes un mínimo gesto de violencia, cuéntaselo
a tu familia o llama al 016.
Bárbara
Fernández Llaneza. 3º de ESO.
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